#ElPerúQueQueremos

Hiroshima mon amour

Publicado: 2010-03-01

Las mujeres son malignas. Ejem. Somos malignas. Cada una de nosotras lleva dentro una semilla de maldad pura que, regada con la suficiente dosis de debilidad por una contraparte, puede convertirse en un espantoso arbusto repleto de espinas venenosas.

Yo me considero una buena persona. No porque sea inofensiva, sino porque soy consciente de mi maldad potencial y siempre estoy haciendo un control de daños para evitar que los que cohabitan mi vida salgan perdiendo.

Pero no soy infalible. Es más, a veces disfruto de sobremanera infligir algún sufrimiento cuando, salvadas todas mis precauciones y advertencias, una persona decide (inconscientemente, calculo) chocarse contra mi muro de los lamentos.

Eso me ha estado pasando últimamente. La novia de un amigo mío de mi lejana etapa universitaria se fue de viaje durante un tiempo a las europas. Como podían hacer prever mis (malas) costumbres con mis patas, un día nos descubrimos tirando como locos y preguntándonos qué chucha estábamos haciendo.

Hasta ahí, todo bien. Algunos podrán decir, qué mal, cómo le hace eso a una chica, pero la verdad (para mí) es que hasta ese momento no había nada que imputarme. Yo no tengo ningún compromiso de fidelidad con nadie, menos con esta chica, así que, en lo que a mí concierne, no estaba haciendo nada malo.

El que la estaba regando jodido era él, y no por tirar conmigo, sino por no ser lo suficientemente honesto con su chica como para haberle dicho que no iba aguantar esos meses de súbita separación sin sexo. Pero ese es su rollo, no el mío.

Más allá de las culpas, la maravillosa interacción sexual entre nosotros duró hasta pocos días antes del regreso de la susodicha y, apenas ella pisó suelo peruano, la cosa quedó en que somos patas y punto.

Nuevamente, hasta ahí, todo bien. Bueno, no tan bien, porque a diferencia de los amigos míos que me han visto calata, este chico cambió por completo su trato hacia mí. Es más, desapareció su trato por completo porque simplemente me borró de su mapa mental y, tirando por la borda varios años de amistad por varios tires, se evaporó.

Yo, sabia como soy, entendía que su desaparición obedecía a que alguna parte de él se había quedado pegado conmigo, como los perros después de copular, pero un poco más sutil. No es por echarme pana, pero si alguna seguridad tengo es que, salvo excepciones de química, soy una buena peleadora en esas lides.

Como había predicho, el muchacho en cuestión regresó de las penumbras casi en la lona. La seguridad y claridad que siempre lo habían hecho divertido como pata había desaparecido y me sirvió su estabilidad emocional en bandeja. Y eso, muchachos y muchachas, no se hace. Ese es el desencadenante de la fisión nuclear de mi Little Boy personal. Y no creo que nadie quiera ser mi Hiroshima.

En breve, empecé a agarrarle gusto a jugar con su mente. No crean que no lo quiero. Este chico es una de las personas a las que más cariño le tengo en el mundo, pero este es un ejemplo claro de que no importa cuánto amor haya en el medio, la debilidad atrae violencia. Así de simple.

Bueno, la cosa es que, sabiendo que su enganche conmigo era predominantemente sexual, me esforcé un poco más de la cuenta en provocarlo. Con la precisión de un desactivador de bombas, iba introduciendo sutilmente en nuestras conversaciones por el messenger imágenes que lo llevaban al tiempo en que compartíamos su cama y el sofá de su sala.

Luego, planteaba la evidente imposibilidad de que volviera a pasar algo entre nosotros y después forzaba con delicadeza la necesidad de definir lo que sentíamos el uno por el otro, cosa que conseguía una buscada pero eficiente inyección a mi ya rebosante ego con frases como “si lo nuestro fuera solo sexual, lo podría manejar, pero tú me haces reír y eres incluso más inteligente que yo y eso es algo inédito”. Me lo imaginaba dándose cabezazos contra la pared. Bingo.

He de reconocer que esta falta de sensibilidad ante el sufrimiento ajeno estaba alimentada también por el resentimiento que me causó que me desapareciera súbitamente de su esquema de atenciones apenas su novia pasó por migraciones en el Jorge Chávez. Me explico. Yo, particularmente, no tengo problema en no ser nadie para alguien.

Muchas chicas necesitan que un pata les coloque una etiqueta en la frente de “novia”, “amiga cariñosa”, o lo que sea. Eso me tiene sin cuidado. Puedo tener sexo con un pata y al día siguiente no existir para él y tan tranquila. Pero en este caso, por primera vez, sentí que había sido etiquetada contra mi voluntad como “la otra”. Y prefiero no tener ningún lugar en la vida de un chico a ser eso.

Entonces, descubrí que “Ale, la otra”, es vengativa. Y cruel. E implacable. Y, felizmente, finita. Porque después de un tiempo de juego divertido, incluyendo una escena cercana al sexo por las desiertas calles de San Isidro a las 4 de la mañana en la que dejé al pobre en pindinga, la pica se evaporó.

Algún resquicio de responsabilidad social en mi mente entendió que seguir jugando a eso iba a llevar a que este chico complicara su relación con su novia, la cual, hasta donde tengo conocimiento, está de la puta madre (salvo que se muere por tirar con otra chica y no se lo dice, pero no todos pueden tener el tipo de relación que yo tengo con mi novio).Y bueno, “Ale, la otra”, es bien hija de puta pero tampoco es psicótica.

Y ahora todo está más calmado. He dejado de perturbar su mente y he decidido abrirme para que podamos volver a ser tan amigos como fuimos algún día. No sé si él lo quiera seguir siendo después de leer este post, pero es inteligente y calculo que sabrá apreciar mi sinceridad, que también implica reiterar que es una de las personas que más quiero en el mundo.

Dicho todo lo anterior, me gustaría dejar en claro que el resto de Ales son bastante responsables y sienten empatía por el sufrimiento ajeno. Con tal de que no alimenten ese ser maligno que también habita en mí (y en todos nosotros) nadie saldrá herido. Así que recuerden: si saben lo que es bueno para ustedes, nunca bajen la guardia.


Escrito por

alecosta

Femenina periodista (no feminista) con una obsesión por aplicar los parámetros de la ciencia a su vida sentimental. Cree que ha encontrado la fórmula para atraer a los hombres que le gustan y mantenerlos a su lado (y felices) por el tiempo que a ella le provoq


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Cascos ligeros

O de cómo sobrevivir licenciosamente en Lima