#ElPerúQueQueremos

Mis patas me miman

Publicado: 2009-12-16

No he escrito hace un montón de tiempo porque he estado siendo una bad bad girl. Me explico. En estas últimas semanas he roto casi todas las posibles reglas que existen respecto a cómo una chica debe relacionarse con los hombres. Y me he divertido como un chancho. No voy a especificar qué hice (o mejor dicho, con quién, porque el qué se lo imaginan, espero), porque no quiero comprometer a terceros en mi absurda costumbre de contar mis cosas, pero he de decir que mi objetivo para el resto de 2009 y el 2010 de empezar a desarrollar relaciones heterosociales saludables (inspirada en una buena columna de Esther Vargas sobre la adicción al sexo) se ha ido un poco al cacho.

Pensando un poco en por qué hay muy pocos hombres con los que hasta ahora he sido solo amiga en todo el sentido de la palabra (sin tensión sexual y, especialmente, sin sexo), me doy cuenta de que para que un chico llegue a ser mi pata debe reunir casi todos los requisitos que exijo de mis novios (pero no todos, porque si no estaría con ellos) y que, por default, son mucho más numerosos que los que demando en una pareja sexual ocasional.

Y bueno, como tengo órganos sexuales femeninos y no tengo barba, ya cumplo todos los requisitos que ellos exigen de una chica para tirar. Por eso es que es casi natural (aunque sé que para la sociedad merece la lapidación y/o la hoguera) que mis amigos terminen en mi cama (o que yo termine en sus camas, más bien, dado que últimamente no me provoca compartir mis sábanas con nadie).

(Para los que me conocen y están tratando de hacer números, les diré que todavía hay amigos míos que no me han visto calata. Aunque, dado que he estado arrasando con gran parte de ellos, no sé si eso dure por mucho tiempo. Ustedes, que saben quiénes son, cuídense).

Tratando de hacer algo de historia, recuerdo que la primera vez que le saqué la vuelta a un novio fue con un chico que yo consideraba mi mejor amigo. Siendo sincera, en esos primeros ciclos en la universidad todos los chicos eran mis mejores amigos, dado que había estudiado en colegio de mujeres y que la femenidad no era mi característica más saltante. Por eso me sorprendió que un día termináramos una tranca al frente de la PUCP besándonos en la puerta de mi casa.

Ahí aprendí dos lecciones: a) que eso de que los chicos son solo tus amigos y jamás te van a tocar por nada del mundo porque para ellos eres un pata, es bullshit, y b) que un chico nunca te acompaña a tu casa (especialmente si estás en San Miguel, tú vives en Surco y él, en el Callao) sin secretamente desear obtener algo a cambio.

Después de superada esa etapa, me hice muchos amigos en el grupo de patas de un siguiente novio mío. Ese grupo sí quedó inmaculado de mi paso porque, por alguna razón, yo para ellos sí era un pata, al menos en términos concretos, y para mí ellos siempre serán una mezcla extraña entre el hermano menor de tu novio y tu hermano mayor. Y el incesto todavía no es una cosa que me dé curiosidad.

A partir de ahí, mis amigos los he ganado con el sudor de mi frente, así que cumplen los requisitos que planteaba al comienzo. Uno de mis primeros patas míos de mí, me resultó culposamente atractivo durante varios años. Había algo en su pavez que me distraía cuando me contaba sus pastruladas. Y calculo que él también me tenía hambre. Sin embargo, nuestros consecutivos compromisos (o yo estaba con novio o él con novia) hicieron que la interacción nunca pasara de demorarnos un segundo más de lo necesario para despedirnos cuando me dejaba en mi casa.

Pasaron los años y se fue a vivir al extranjero. En una de mis vacaciones, decidí viajar a su ciudad a encontrarme con un chico brasileño que era más que perfecto (10 segundos de silencio por lo que en mi vida fue esa maravilla de hombre: dos metros de alto y todo absolutamente proporcional).

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(Listo) Luego de mis increíbles cinco días con el brachico, tenía todavía una semana en la ciudad, así que me quedé en la cama adicional que tenía mi pata en su depa. Como suele suceder en estas circunstancias, unas cuantas horas de consumo ininterrumpido de cerveza sirvieron como catalizador para que, a diferencia de los anteriores días, no conversáramos hasta quedarnos dormidos, sino que en un momento saltara a mi cama y empezáramos a chapar.

Para mi decepción, al contrario de lo que se espera que hagan algunos años de tensión sexual, el chape fue lo más cercano al incesto (sin la carga de prohibido) que he vivido. Al parecer fue mutuo, porque al poco rato se regresó a su cama y nos hicimos los dormidos hasta que efectivamente nos quedamos jatos. Unos días después lo volvimos a intentar y nada. Superada la tensión, somos patazas hasta ahora y lo mostro es que nos podemos contar las guarradas más detalladas y, al menos yo, no siento cosquillas.

Esa, y otras dizque saludables relaciones chico-chica me hicieron pensar que estaba empezando a madurar y que, efectivamente podía ser pata de alguien sin que el sexo juegue un papel en la interacción.

Pero, nada. El acelerado aumento en mis estadísticas sexuales comprueban que las cosas no han cambiado mucho, porque todos los que han pasado por caja en estos más de tres meses de soltería han sido de mi círculo más o menos cercano. Lo bueno es que todos son lo máximo y que, pese a que saben qué cara pongo cuando tengo un orgasmo, me siguen tratando exactamente igual que antes de saber que no soy rubia natural (ni pintada, valga la aclaración para los que no me conocen). Lo cual me hace pensar que de repente desarrollar relaciones heterosociales saludables no pasa por no tener sexo por ningún motivo o circunstancia con tus amigos, sino poder seguir siendo patas después de saber qué cosas les gusta hacer en la cama. Y eso hace todo más divertido. Al menos para mí.


Escrito por

alecosta

Femenina periodista (no feminista) con una obsesión por aplicar los parámetros de la ciencia a su vida sentimental. Cree que ha encontrado la fórmula para atraer a los hombres que le gustan y mantenerlos a su lado (y felices) por el tiempo que a ella le provoq


Publicado en

Cascos ligeros

O de cómo sobrevivir licenciosamente en Lima