#ElPerúQueQueremos

Mi abortito

Publicado: 2009-05-15

Hasta las derrotas son victorias

Por lo general, los exs son blancos de nuestras más crueles maldiciones, odios e indiferencias. Yo casi no hablo con los míos, pero cuando pienso en ellos, me provoca abrazarlos a todos.

Tengo amigas (mejor dicho, ex amigas) que siguen culpando de todos sus problemas y de su baja autoestima (razón de todos sus problemas, precisamente) a un ex que terminó con ellas en el siglo pasado. Consideran que el que las hayan dejado (por otras, por lo general) automáticamente las convierte en mujeres sin ningún valor, como si un paparulo equis tuviera el poder de definir quién es una.

Yo, por mi parte, no les tengo resentimiento, sino que les estoy eternamente agradecida. Creo que haberme enamorado de los chicos inadecuados a una temprana edad es como cuando te da la varicela de niña: te evitas sufrimientos más graves después.

A manera de ‘remember’ (sin el sexo de por medio), armaré una pequeña tipología cronológica para que vean en manos de qué clase de chicos nunca volverá a caer este corazoncito (y espero que el de ninguna mujer que lea este blog).

El hombre que nunca se quiso. Fue mi primer novio y mi primer beso. A él le debo el descubrimiento de un vasto arsenal de actividades amatorias preparatorias, que incluyen el bondage y el uso de alimentos varios. También fue la primera vez (y la segunda y la tercera) que le saqué la vuelta a alguien. La primera vez se lo dije y me perdonó después de un mes de flagelación emocional recíproca. Las demás no se las conté, para evitar problemas.

Qué aprendí: Que no se puede estar con un chico que te quiere más de lo que se quiere a sí mismo (o que cree hacerlo) porque al final terminas haciéndole daño.

Cómo terminó: Después de la tercera sacada de vuelta, decidí terminar con él y me despedí con un cruel beso en la boca. Años después me enteré que hizo una ceremonia en un parque para enterrar todas las cosas que yo le había regalado y exorcizarme de su vida. Me pasé los dos años siguientes mirando a los dos lados de la calle al salir de mi casa.

El celoso abusivo. Mi segundo novio no era ni gracioso, ni guapo, ni inteligente, ni amable, ni nada. Tenía 17 años y con él tuve sexo por primera vez, así que me dio un síndrome común entre las chicas de colegio de monjas: pensar que él era (o tenía que lograr que fuera) el hombre de mi vida. Durante dos años, no le presté atención a ‘insignificantes’ detalles como que no me dejara hablar con hombres (nótese el “no me dejara”), que parametrara mis tiempos y mis horarios para saber dónde estaba en todo momento, que lo hubieran botado de la universidad por una trica, que le mintiera a sus padres para utilizar la plata de la boleta de la universidad para comprar yerba y fumara todo el día, que yo nunca sintiera nada cuando teníamos sexo y otras bestialidades similares.

Lo que aprendí: que si a un chico le metes una cachetada y te la devuelve al siguiente día más fuerte no es la voz seguir con él ni sentirse culpable ni pensar que lo puedes cambiar.

Cómo terminó: Gracias al señor, se fue a Alemania para ser au pair (niñero) y terminó conmigo por msn antes de que yo dejara mis estudios de periodismo en la Católica para irme con él.

El demasiado dispuesto a comprometerse. Mi tercer novio fue el único chico que pudo atravesar la agresiva coraza que me puse luego de terminar con el anterior. Para más detalles de mi estado de shock post traumático diré que me corté el pelo casi a coco y dejé de hablar con la gente. Estuvimos juntos tres años hasta que empecé a dejar de dormir porque sentía que iba a cerrar los ojos, los iba a abrir cuando tuviera 40 años y yo iba a estar en el mismo lugar, con él al lado. En la misma posición. Y la idea no me agradaba.

Qué aprendí: que a veces lo que uno cree que desea (un chico bueno que nos quiera) no es lo que uno necesita.

Cómo terminó: Años después llegó a trabajar a mi oficina el chico más perturbador que había conocido. Pasé varios meses deseándolo de lejos, así que, con la lección del primer novio, decidí terminar y quedarme con las manos y la conciencia limpia.

El pendejo encantador. Finalmente, el chico por el que no estaba tranquila en el trabajo dejó de ser un gusto platónico y una noche terminamos durmiendo juntos. Yo pensé que el tema iba a terminar ahí, pero no, empezamos a salir y, sorprendentemente, en un momento decidimos ser novios. A mí él me gustaba demasiado. Tanto que no tenía un segundo de paz. Desde el primer momento que me besó, sonrió de costado e hizo que me temblaran las piernas, supe que de esa relación no iba a salir caminando. No creo que haya tenido poderes de prestidigitadora sino que más bien ese fue uno de esos pronósticos autoconfirmados, pues empecé a hacer todo lo posible para que la relación terminara y yo saliera perdiendo. Lo llamaba todo el día, le repetía que sabía que la relación no iba a durar mucho, le reclamaba más atención.

Qué aprendí: Que la propia inseguridad es nuestro propio enemigo y que no es la voz enamorarse de una manera irracional.

Cómo terminó: un buen día lo enfrenté y le hice una pregunta sabiendo la respuesta. El me respondió, después de cinco meses de intensa relación, que no, no estaba enamorado de mí.

El romántico depre. Después de una buena (realmente buena) temporada sola, conocí a mi último ex (por el momento). El enganche fue instantáneo, nos mudamos juntos al mes de conocernos y creo que ambos pensamos que duraría para siempre. Nueve meses después, cada uno dormía a su lado de la cama y se había perdido la naturalidad del comienzo. Empecé a sentirme mal porque lo sentía triste y perdí el control. Luego me di cuenta que él estaba triste porque así quería estar.

Qué aprendí: que la convivencia no es nada sencilla y más bien enfría las relaciones (ya me explayaré sobre esto).

Cómo terminó: Un día almorzamos y me dijo que el único momento de felicidad que tenía en la semana era cuando iba con sus amigos a jugar fútbol.

No han sido tantas batallas, pero en todas perdí alguna pierna o algún brazo, que de ahí volvieron a crecer. Por eso creo que los sigo queriendo a todos (bueno, quitando al número 2), por haberme demostrado que se necesita más que un chico para dejarme paraplégica emocionalmente.


Escrito por

alecosta

Femenina periodista (no feminista) con una obsesión por aplicar los parámetros de la ciencia a su vida sentimental. Cree que ha encontrado la fórmula para atraer a los hombres que le gustan y mantenerlos a su lado (y felices) por el tiempo que a ella le provoq


Publicado en

Cascos ligeros

O de cómo sobrevivir licenciosamente en Lima